martes, 10 de agosto de 2010

ABRIENDOLE TROCHA A UN NUEVO MODELO DE NEGOCIACION DEL CONFLICTO ARMADO


“Carta Abierta a los Fundadores de la Red
de Universidades por la Paz, REDUNIPAZ.”



Santiago de Cali
Agosto 7 de 2010

Compañeros,

Profesor Alfredo Correa de Andreis***, Gladis Ximeno, Alejo Vargas, Jaime Zuluaga, Carlos Romero, Padre Gabriel Izquierdo, Roberto Solarte, Hernando Llano, Carlos Alvarez, Adolfo Alvarez, Victor Mario Estrada …y otros 50 colegas muy apreciados…

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Ustedes recordarán, y sobre todo Alfredo, quien, no obstante su cobarde asesinato, como nunca continúa activo, cómo a mediados del último año del corto siglo XX, en un ambiente marcado por el optimismo y la esperanza, nos reunimos en la Universidad del Valle para fundar la “Red de Universidades por la Paz, REDUNIPAZ”. Entonces, nuestro propósito no era otro que el de proporcionarle al Movimiento social por la Paz un Pensamiento Estratégico cada vez más sólido alrededor de los problemas de la construcción de paz, así como brindarle nuestro entusiasmo político académico para contribuir a sacar adelante la causa de la negociación política del que llamábamos “conflicto político social armado”. Realizamos, entonces, cuatro Congresos universitarios nacionales, cuya asistencia nos proporciona la medida de la evolución del entusiasmo pacifista, aunque activo y crítico, que nos embargaba. Al primero, realizado en Bogotá en 1999, fuimos unos mil académicos; al año siguiente, la Universidad del Magdalena se evidenció pequeña para recibir a los tres mil que asistimos; en el 2001, con el fervor en bajada, a La Universidad de Caldas sólo fuimos unos 400 profesores y en el 2002, algunos colegas tuvieron que invitar a sus estudiantes para que escucharan las Ponencias de algunos de los 100 docentes que fuimos a Bogotá al cuarto y último Congreso. Como se podrá inducir, la causa de la negociación política del conflicto armado había hecho crisis en la mente, las actitudes y las conductas de los intelectuales colombianos.

Fue ése el contexto de historia en el que, con muchos altibajos en los contenidos y la escritura, nacieron los “Atisbos Analíticos” que hemos llevado ya hasta este número 120.También importa destacar ahora que ese esfuerzo de REDUNIPAZ, que logró presencia en más de 30 Universidades, fue, ante todo y sobre todo, el resultado de una alianza intelectual - práctica, inédita, política y tolerante- entre profesores de las Universidades Nacional, Javeriana y del Valle, tres Organizaciones que, aunque de inspiración distinta, han logrado, a partir de sus avances en la investigación, producir Pensamiento estratégico crítico sobre los más graves y urgentes problemas de la nación colombiana.

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Dado este contexto, el objeto de esta misiva no es otro que el de invitarlos a ustedes- y, a través de ustedes, a todos los universitarios colombianos, docentes, estudiantes, empleados y trabajadores- a relanzar la RED, ya no bajo la denominación un poco esquiva de “Red Universitaria por la Paz”, sino como “RED UNIVERSITARIA POR LA NEGOCIACIÓN DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO”, “REDUNI-NEGOCIACIÓN”.

Que otro es el contexto de historia del conflicto armado colombiano? Cierto. Que el Modelo de Negociación debe ser replanteado con valentía, claridad, honradez e imaginación? Es perfectamente válido. Esto no obstante, nuestra misión como académicos continúa siendo la misma, primera, brindar pensamiento crítico estratégico, y, segunda, aportar a la causa nuestro entusiasmo práctico de académicos comprometidos con la reinvención del Estado y de la Nación.

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Para empezar digamos que, en una primera fase, dados los obstáculos que desde la mente de los colombianos conspiran contra ese horizonte, todos los esfuerzos deben orientarse a posicionar la agenda de negociación política del conflicto armado.

Quemar esta etapa, presionados por premuras del momento o por la aparición de pequeñas esperanzas, puede significar quemar el pan a la entrada del horno como sucedió en el Caguán cuando, con precipitación, se entró a una negociación sin una previa y necesaria pre-negociación. Una cosa es que sigamos pensando que la negociación política es el camino ciudadano cultural y sicológicamente más sano de tratamiento de la guerra interna, y otra cosa es que existan las condiciones objetivas y simbólicas para entrar a marcharlo. Estas, de modo necesario, deben ser construidas, lo que tiene que ver con sus tiempos, los tiempos de la aclimatación de una salida negociada, ahora bajo un esquema distinto de los del Caguán y la Seguridad democrática, pues el primero se frustró mientras que el segundo ya dio de sí todo lo que podía dar.

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Al empezar a leer estas anotaciones, algunos de ustedes podrían anticipar, “es que en materia de conflicto armado, el 2010 no es el 2.000”. Y en efecto, en esta etapa histórica del 2010, la del Gobierno de Uribe, en lo interno nada o casi nada está jugando a favor de un tratamiento negociado del conflicto armado: en primer lugar, el gobierno a través de su más alto Mando militar le acaba de decir a las guerrillas que, “o se entregan o se mueren”, y que, como ha reiterado el Vicepresidente Santos, ”la mejor política de paz es continuar tras ellos” (1); en segundo lugar, el presidente saliente se ha esforzado por atar con un nudo gordiano la salida militarista a la condición de casi inmodificable Política de Estado; y, en tercer lugar, el presidente entrante, aunque ha sido cauteloso y parco en sus declaraciones, viene de una tradición de haber sido, asesorado por el Pentágono, el gran arquitecto de las máximos, más jugosos y mejor explotados golpes sicológico-publicitarios asestados a las guerrillas, estilo “Operación Jaque”.
Esto no obstante, tres circunstancias, dos internas muy localizadas y una externa, más represada, podrían jugar a favor de un viraje en la Política del Estado frente a las guerrillas.

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En primer lugar, si para algo ha servido, entre otras cosas, la Estrategia de Seguridad democrática ha sido para que, por vez primera en la historia colombiana, los más altos agentes del Estado, el presidente y los generales, hayan experimentado de modo práctico la imposibilidad de someter militarmente a las guerrillas. Y si alguien experimentó de modo vivencial esa imposibilidad fue Juan Manuel Santos, el entrante presidente colombiano. Durante ochos años, Uribe, Ministros, Altos Mandos y casi todo el aparato de Estado se jugaron contra las Farc comprometiendo todos los recursos disponibles- fiscales, militares, discursivos, políticos, normativos, simbólicos- obteniendo como logro central su contención en el vertiginoso ascenso militar que habían alcanzado entre 1985 y el 2002.

Pero, ¿qué era lo que esperaban? Los más radicales, con Uribe a la cabeza, su derrota militar, o, por lo menos, colocarlas en una situación de casi solicitada negociación dada su precariedad militar. Pero, ni lo uno ni lo otro, ni derrotadas, ni puestas en condiciones de casi necesaria capitulación, aunque sí “contenidas”. Claro que esto, la contención, implicó para las Farc un retroceso militar, pues el gobierno las obligó a replantear su estrategia, sobre todo en lo relativo a sus metas de avance en el progresivo control territorial del país, que era al horizonte estratégico al que estaban apuntando desde la toma de la Base militar de “Las Delicias”. Un sector más moderado de uribistas, en cambio, se movía bajo la expectativa de unas guerrillas que, militarmente debilitadas, en el caso de una negociación tendrían menores bases de poder para exigir reformas estructurales. Era lo que les había aconsejado el siempre lúcido Alfonso López cuando observó en el Caguán a unas guerrillas envalentonadas exigiendo todo tipo de reformas estructurales. Esos señores, dijo, lo que quieren es que les hagamos por decreto la revolución social.

Entonces, estimados colegas, el mayor logro objetivo de la Seguridad democrática, “la contención del ascenso militar de las Farc y las implicaciones también militares a ella inherentes”, es una circunstancia que, manejada de modo adecuado, puede jugar a favor de una salida negociada de la guerra interna, pues el presidente Santos sabe, por haberlo experimentado en laboratorio propio, que en el momento de “la hora” de la salida militar, las Farc no fueron derrotadas.

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Experiencias pasadas como las del “Movimiento social por la Paz”, la “Red de Universidades por la Paz”, “Colombianos y Colombianas por la Paz” y las acciones jalonadas por un amplio sector de la Iglesia católica y por otras Iglesias cristianas, en sus interacciones y consecuencias y con las reorientaciones que sean del caso, constituyen ya un acumulado histórico que debe ser un punto de partida crítico para brindarle una amplia base social, mental y simbólica al más sólido “Movimiento ciudadano por la Negociación política del Conflicto armado”. Al respecto, hoy 3 de agosto ha escrito Horacio Serpa,

“La prosperidad democrática que desarrollará el Presidente Santos solo será posible si entre todos somos capaces de imaginarnos escenarios para la paz, que permitan aprender de las experiencias fallidas para no repetir los errores y escuchar la polifonía de voces que habitan nuestra democracia. Se necesita mucha imaginación, pero también mucho pragmatismo, para salir adelante. Tenemos que ser capaces de reinventarnos como nación, con cambios profundos y sostenibles en el ámbito social, político, económico, teniendo claro que hay que reparar a las víctimas y reincorporar a los futuros ex militantes de la guerra”. (2)

De nuevo, no sobra reiterarlo, se trata de unos procesos que deben ser socialmente reconstruidos dentro de los tiempos de aclimatación de una salida política de la guerra interna.

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Pero, ahora durante su viaje por Europa y América Latina el presidente electo debe haber recogido un discurso que, atrapado, serpentea en los entresijos de las relaciones entre los distintos dirigentes del mundo al margen de sus posturas confesadas en público frente al presidente Uribe: ocurre que el asunto del conflicto armado colombiano es ya mucho lo que, de modo directo o indirecto, los está molestando y hasta fastidiando. Se trata de una situación subjetiva, que se ha objetivado en el elevado grado de deterioro en que se encuentra la Política exterior del Estado colombiano siendo el cuadro clínico latinoamericano un ejemplo prototípico sobre la materia. De nuevo, ha sido la experiencia de la Seguridad democrática la mejor expresión de la incapacidad, ya casi crónica, de la clase dirigente colombiana para encontrarle una salida positiva a su guerra interna.

Desde esta óptica, diríamos, entonces, que las circunstancias externas favorables a una negociación política del conflicto armado están predominando sobre las internas y que conocedor de esta situación, así como de la imagen negativa que sobre el Estado colombiano han regado por todo el mundo los “falsos positivos”, más temprano que tarde el Presidente Santos, niño mimado del Pentágono y de la aristocracia bogotana, se verá obligado a reformular la Política de Seguridad democrática.

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Estimados colegas, ahora ya lo sabemos, variopintas fueron las razones por las que el Modelo Caguán no pudo operativizarse como Estrategia de construcción de una negociación. Primera, porque la zona de despeje no fue el producto de un acuerdo sino, más bien, el resultado del miedo. Del miedo del Ejecutivo y de los Mandos militares de cara a una guerrilla que, como lo evidenció la toma de la Base militar de Las Delicias, en 1995 estaba haciendo el tránsito de la guerra de guerrillas a una guerra de movimientos. Estaba alcanzando la condición de un cuasi ejército. Segunda, porque se aceptó como zona de despeje una región en la que las Farc, por ser su retaguardia, ya había alcanzado, en lo táctico, importantes ventajas comparativas de poder. Y tercera, porque se entró a negociar sin haber negociado la negociación, lo que impidió la definición de unas reglas de juego claras, así como de una agenda básica. Esto no lo estamos escribiendo desde la óptica de las críticas que la Seguridad democrática le formuló al Caguán, pues por ese entonces, en 1999, escribimos así en uno de los Atisbos,“la táctica de despejes territoriales con fines de distensión, fue un acierto en lo político, aunque en lo táctico militar, su aplicación en esa región haya constituido un error…Desde entonces ha sido tan enorme la importancia de la zona de distensión que ésta y no el proceso mismo, terminó por convertirse en el meridiano de todas las tensiones que en el último año se han presentado entre las farc, de una parte, y el Estado, de la otra”. (3)

Tenemos claro ahora que el problema de las zonas de despeje no es asunto de “principios” sino un asunto táctico ligado, sobre todo y ante todo, a la necesidad y obligación del Estado de brindarle protección integral a todos y cada uno de los negociadores, así como de facilitarles un ambiente, aún físico, de distensión, que facilite el necesario desmonte de las recíprocas desconfianzas. Pero, eso se puede lograr en otros espacios donde quepan unas mesas, cómodas y apacibles, ya sean circulares o cuadradas, físicas y simbólicas, ya estén en Colombia o en el exterior, en una Capilla o en una sede diplomática.

Al repasar ahora los Atisbos, que pergeñé en esos días, me encuentro Con la insistencia en el hecho de que al Caguán se fue a negociar sin haber pre-negociado las reglas de juego. La razón lo acompaña, por lo tanto, al nuevo Ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, en una entrevista concedida al El Espectador. En el transcurso de ella, a una pregunta sobre si estaba dejando la puerta abierta a posibles diálogos con la guerrilla, postura ésta, le dijo el entrevistador, distinta de la que se le había conocido, respondió, “Yo no he dicho nunca que no, lo que he dicho es que diálogos como los que se adelantaron en otras épocas- sin acuerdos precisos, sin temas definidos y sin compromisos claros- son inconvenientes. Los diálogos no se pueden convertir en una oportunidad para que las fuerzas ilegales se reorganicen…”. Al preguntársele,” Y diálogo con reglas claras sí? “, respondió, “Esa es una decisión que le compete al presidente Santos”. (Subrayados nuestros). (4)

Por lo tanto, al hablar de un nuevo Modelo de Negociación debe quedar claro que un asunto central sí es el de la protección integral, por parte del Estado, a todos y cada uno de los negociadores, y que, por lo tanto, el viejo asunto de los despejes territoriales no tiene que gravitar como central. En lo que no se puede fallar es en lo relativo a una necesaria negociación de la Negociación, que permita definir reglas precisas de juego, así como en la necesidad de un proceso previo de desmonte de las desconfianzas recíprocas.

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Pero, la Seguridad democrática, no obstante sus logros militares, el ya señalado de “la contención”, se quedó rezagada de cara a sus expectativas originarias, la derrota militar de las guerrillas, o por lo menos, el haberlas colocado en una condición de casi necesaria capitulación. También por muy variadas razones la Estrategia de Seguridad democrática se ha venido desvaneciendo o, por lo menos, debilitando: por quedarse casi sin financiamiento por haber tirado en solo ocho años la Casa fiscal por la ventana; por su impacto directo sobre el aislamiento internacional del país; por su incapacidad de aprender de su propia práctica; por el reiterado incumplimiento en las fechas dadas para derrotar a las guerrillas; por su marcada incidencia en el ahondamiento de la crisis entre las ramas del poder público; y porque, concebida para derrotar unas violencias, otras han terminado siendo su fruto casi natural.(5) Pero, su mayor precariedad ha consistido en que la Seguridad democrática no ha podido funcionar como Estrategia de re-guerra sin el complemento casi natural de la Estrategia antiética del “todo vale”.

Entonces, por haber ya dado de sí casi todo lo que podía dar, por haber sufrido un agudo debilitamiento asociado a las cinco razones ya esbozadas y, sobre todo, por la dificultad de separarla del “todo vale”, más temprano que tarde, aunque no virase hacia una opción de negociación dentro de un nuevo Modelo, el Presidente Santos se verá obligado a replantear con vigor la Estrategia de tratamiento de la guerra interna.

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Estimados Colegas, me acompaña la seguridad de que el acumulado de experiencias y de pensamiento estratégico crítico que tenemos sobre los problemas de la guerra y la paz en Colombia, le permitiría a la nueva “Red de Universidades por la Negociación del Conflicto armado” hacer contribuciones importantes a las reformulaciones que sean del caso. Es necesario, por otra parte, que empecemos a hacernos una autocrítica en torno a algunos problemas centrales, que han terminado por quedar socialmente asentados y aceptados casi como “inamovibles”. En particular, me voy a referir a uno, al de las relaciones entre una negociación política de la guerra interna y las llamadas reformas estructurales de la sociedad colombiana. En su versión extrema, desde el Caguán se ha venido afirmando que sin reformas sociales en profundidad, las sociedades civiles no podían contribuir a pactar el final de la guerra interna. Fue esa postura la que hizo que, desde las lógicas del establecimiento, Alfonso López Michelsen proclamara que muchos -seguro que estaba pensando en la izquierda- pretendían que, por decreto, se les hiciese la revolución social. Pues bien, sabemos que el Modelo- Caguán también fracasó porque el Estado y los dueños de la gran propiedad se negaron a asumir el costo económico y fiscal de las reformas estructurales que le dieron forma a la Agenda de Paz que finalmente se levantó. Esto no obstante, debemos preguntarnos ahora si la negociación de un conflicto macro de nunca acabar, como el colombiano, debe quedar condicionada a que se hagan las profundas reformas sociales que el país requiere. Quizá estemos equivocando los ámbitos de acción, el de la negociación es la coyuntura política de oportunidad para ponerle punto final a una conflicto ya casi secular, mientras que el de la revolución social es y debe ser el de las luchas sociales y políticas de las masas no propietarias. No es que de una negociación así, no se deriven una serie de reformas pero ajustadas a la naturaleza del conflicto a tratar. Algunos dirán que las guerrillas existen dadas la profunda inequidad social que caracteriza a esta sociedad. Pues bien, en este caso, parte de la negociación consistiría en brindarle a los exguerrilleros los espacios institucionales de democracia más adecuados para que en ellos libren sus luchas por la revolución social.

Bienvenidas sean las reformas sociales que se puedan derivar de una negociación política del conflicto armado, pero ellas no pueden convertirse en una condición sine qua non de la negociación de un conflicto ya semisecular y cuyo costos pluridimensionales asfixian cada vez más al conjunto de la sociedad y cuyas consecuencias e impactos externos han aislado del mundo a esta casi siempre internacionalmente aislada nación.

He ahí, estimados amigos, una razón de más para alentar nuestras luchas político académicas y práctico ciudadanas por una Colombia sin conflicto armado.
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Por estos días, la palabra “diálogo”, lanzada desde distintas ventanas, ha vuelto a aparecer, todavía volátil e insegura, en el lenguaje de la cotidianidad. “Dialoguemos, conversemos y busquemos una salida política”, dijo Alfonso Cano, de modo positivo la recibieron Angelino Garzón y, como ya vimos, Germán Vargas Lleras, adelantando algunas posibles condiciones y Monseñor Rubén Sánchez asumió, con entusiasmo pero con prudencia, ese posible nuevo horizonte.

Pero, nosotros creemos que para que el país no se aboque a una nueva frustración, una posible salida dialogada debe pasar primero por nueva fase que, pausada y tranquila, llegue a un buen estado de madurez. Es la etapa que hemos denominado de “aclimatación de la negociación de la Negociación” orientada a ganar certezas recíprocas sobre la solidez y honradez de la propuesta de diálogo y, por lo tanto, a desmontar las desconfianzas. La experiencia nos ha señalado que esto se puede lograr mediante dos métodos, cuya aplicación debe ser previa a una segunda fase que sería la de la negociación de la Negociación propiamente dicha. Primero, el “método de los hechos de paz”: que la palabra comprometida sea la expresión de acciones efectivas, que, en lo empírico visible y comprobable, expresen una clara voluntad de negociación. Y segundo, “el método de los compromisos temporales”: que las partes se comprometan a ejecutar acciones concretas y verificables dentro de plazos explícitamente definidos.

Compañeros fundadores de REDUNIPAZ: ésta no es más que una propuesta, la de relevantar la Red, ahora como “RED DE UNIVERSIDADES POR LA NEGOCIACIÓN POLÍTICA DEL CONFLICTO ARMADO”. Como ya tenemos una experiencia recorrida, para que podamos entrar a reflexionar, dialogar, proponer y contraponer, podríamos solicitarle al Padre Gabriel Izquierdo y al profesor Roberto Solarte que estudien la posibilidad de reactivar el aparato mediático de REDUNIPAZ y que actúen, desde la Universidad Javeriana de Bogotá, como Coordinadores de este proceso de reconstrucción, pues en el pasado lo hicieron con mucha eficacia y altura intelectual.


Atte
ECOPAIS/ATISBOS ANALITICOS
Humberto Vélez Ramírez, humbertovelezr@gmail.com,
Jorge E. Salomón, templario006@yahoo.es
Nelson Andrés Hernández, nandres11@yahoo.com

*** Alfredo Correa de Andreis, sociólogo, investigador, profesor universitario y exrector de la Universidad del Magdalena, por “buscar la verdad académica” sobre los problemas de su región, fue asesinado el 17 de septiembre del 2004; el 17 de junio había sido detenido por agentes del Das Bolívar acusado del delito de “rebelión”. Fue uno de los más entusiastas fundadores de REDUNIPAZ.

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