Valentina Vélez Pachón
ATISBOS ANALITICOS 132, SANTIAGO DE CALI, OCTUBRE 2011
Equipo responsable: Humberto Vélez Ramírez y Jorge E. Salomón, profesores del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, IEP-Universidad del Valle.
Valentina Vélez Pachón es socia de ECOPAIS, Fundación estado*Comunidad*País. En calidad de auxiliar de investigación trabajó durante un año con el Equipo de “Los Atisbos Analíticos” en estudios relacionados con el conflicto interno armado en Colombia. Egresada de la Universidad Externado de Colombia, actualmente adelanta una Maestría en la FLACSO-Buenos Aires. Por su estilo, capacidad de condensación, carácter crítico y buena chispa le publicamos este Ensayo realizado en la Cátedra de Políticas Públicas de dicha Maestría. Se trata de un diálogo simulado entre el expresidente Alvaro Uribe Vélez y uno de sus hijos. Cualquier comentario al respecto, lo puede enviar a uno de estos correos, valenoruam@hotmail.com , templario006@yahoo.es, humbertovelezr@gmail.com .
INTRODUCCIÓN
En este ensayo pergeñaré algunas apreciaciones sobre el pasado, presente y futuro de la socio-economía colombiana en una simulación de diálogo que, sobre los determinantes, principios y reglas de la apertura económica en nuestro país, tuvo el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez con uno de sus hijos. De entrada, importa destacar que éste, en proceso de acelerada afirmación como joven empresario, no deja de sentir algunos escrúpulos de cara al neoliberalismo radical de su padre. Como culminación, dejaremos que estos dos últimos -airado el papá pero sorprendido el hijo- escuchen un foro sobre la crítica situación actual de la salud en Colombia con casi todos sus hospitales públicos al borde de la quiebra dada la catedralicia suma de dinero impaga por la, según Uribe, siempre poderosa, sabia y eficaz iniciativa privada.
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A diferencia de lo que podemos observar, para este 2011, en la mayoría de los países latinoamericanos, cuando, al relajarse un poco las relaciones de dominio ejercido por el neo-imperio del norte, han logrado acceder a una nueva etapa de desarrollo socioeconómico conocida como pos-neoliberalismo, Colombia continúa siendo la más fiel adherente a los principios fundacionales del neoliberalismo radical y ortodoxo. Dado este evidente contraste, importa examinar qué es lo que ha sucedido con el Estado en esta Colombia de Bolívar en las distintas etapas del proceso de industrialización llamado sustitución de importaciones. En un principio, entre 1934 y 1960, el Estado cumplió un papel importante en el despegue de la industrialización sustitutiva aunque no tan destacado como en algunos otros de los países latinoamericanos; en una segunda etapa, cuando el modelo de desarrollo hacia adentro entró en crisis, el papel del Estado fue más vacilante y en la fase de los inicios de la apertura económica (1990-2011) el rol del mercado como ordenador de la vida social se ha hecho cada día más destacado.
En el lenguaje de la CEPAL fue el paso de un modelo de desarrollo “hacia adentro” (sustitución de importaciones) caracterizado por un papel protagónico del Estado a un modelo de desarrollo “hacia afuera” (apertura económica) definido por un rol crecientemente progresivo del mercado bajo la inspiración del neoliberalismo. En Colombia este segundo enfoque despegó en forma a partir de 1990 bajo el gobierno de César Gaviria alcanzado su mayor apogeo durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), el más radical y ortodoxo de los neoliberales colombianos. Y así lo destaco de entrada, aunque éste, basado en su cuento de un “Estado comunitario”, con reiteración ha negado su condición de neoliberal alegando la necesidad de la practicidad, pues, para él, eso “de izquierda y de derecha” sería algo obsoleto. El gobierno actual, el de Juan Manuel Santos (2010-2014), aunque ha congelado algunas cosas del gobierno anterior y rectificado otras y diversificado las políticas públicas agotadas por Uribe en el financiamiento de la derrota militar de las FARC, no se ha salido, sin embargo, del neoliberalismo como ideología política inspiradora del quehacer público del Estado.
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Importa sobremanera aclarar ahora que ya en lo extraeconómico, uno y otro modelo implican un manejo distinto de lo social y de las políticas sociales. Mientras que el modelo de desarrollo “hacia adentro” exigía la existencia de un Estado regulador e intervencionista, que debía tomar medidas sociales orientadas a mejorar la capacidad de compra de la población, el modelo de desarrollo “hacia afuera” postulaba el desmonte de ese papel del Estado obligando a la gente a satisfacer sus necesidades básicas en el mercado. Por lo tanto, el que no tuviese capacidad de compra no existía para el mercado y, por consiguiente, para casi “nadie”. Desamparada y abandonada a su fatal desgracia quedaba, así, el grueso de la ciudadanía en una sociedad como la colombiana en la que, en la actualidad, de cada 100 habitantes, 70 habitan en las fronteras entre la pobreza y la indigencia.
Inscrito el ex presidente Uribe en el modelo que señala al mercado y a la iniciativa privada como los más importantes reguladores de la vida económica y social, será el personaje central de esta simulación de diálogo.
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Con las manos apretadas y la frente sudorosa, a eso de la media noche, el ex presidente Uribe se despertó dando un brusco salto en la cama. Ansioso, bajó corriendo a la cocina anhelante de un vaso de agua y mientras temblorosamente lo bebía con reiteración se repetía para sus adentros:
“Los pilares de la doctrina por mí impuesta no pueden llegar a su fin. Estoy convencido que mi gran amigo y aliado Juan Manuel Santos no me va a fallar ni traicionar. ¿O sí? No, no y no, no puedo dudar de su fidelidad; siempre demostró tener una ideología política muy cercana a la mía. En realidad, ahora no tendría por qué cambiar…”.
Eso era lo que se reiteraba, autoalimentando una enorme esperanza de que su unidimensional Política de Seguridad Democrática, de clara y radical inspiración neoliberal, se hiciese inamovible por muchas décadas elevándose a la condición de Política oficial del Estado colombiano.
Pero, no obstante esos reiterados esfuerzos por auto-convencerse, su instinto de muy zorro animal político le decía que algunas cosas podían empezar a cambiar. Con seguridad que ésa era la gran batalla que se le venía: La defensa cerrada de su “histórica obra de gobierno”, que le había permitido arrebatarles el país de las manos a las guerrillas terroristas para encausarlo por los caminos de su prometido “Estado comunitario”, una rara mezcla, todavía confusa, de neoliberalismo radical, de paternalismo comunitario y de Estado de opinión como sustituto innovador del Estado de derecho. Sin poder conciliar el sueño, pasó la madrugada entera pensando y pensado en las razones que podrían llevar a su muy protegido sucesor a desviarse de la ruta por él señalada. Fue entonces cuando, mirando fijamente una imagen plasmada en un lujoso y ostentoso cuadro -se trataba de la pintura de uno de sus máximos referentes doctrinarios- le habló así a su admirado Williamson:
“Respetado amigo, no entiendo por qué en la sociedad latinoamericana en general se está empezando ahora a hablar de un tal posneoliberalismo impulsado por esos nuevos líderes de las izquierdas, como ése que alocadamente está hablando de esa guevonadita del socialismo del siglo XXI. Como si el socialismo no fuese siempre y en todas partes el mismo: Estado por todas partes, al desayuno, al almuerzo y a la comida; odio al mercado; recorte de la iniciativa privada; amenazas a la sacrosanta y natural propiedad privada; incompetencia en la producción; demagogia en la distribución; desestimulo a la inversión extranjera; persecución a la religión; anulación de la libertad de prensa, etc., etc., etc. Sólo a usted le confieso el temor que empiezo a sentir en este momento cuando Juanma parece estar acercándose a personajes como Correa y Chávez, únicamente por mencionarle una de las varias cosas que empieza a hacer en contravía de nuestro común pensamiento”.
Casi atragantado al pronunciar estas palabras, tomó otro largo sorbo de agua, agarró una servilleta y se limpió las gotas de sudor que se desprendían de su frente. Entonces, queriendo expresar todo lo que lo acongojaba, y como si Williamson fuese su confesor parroquial, así prosiguió meditando:
“Usted sabe que yo he entendido muy bien que ustedes, nuestros amigos de Washington, han siempre querido ayudarnos para impulsar el crecimiento de la región. El único camino que los colombianos tenemos es la profundización, cada vez más continua y acentuada, de las políticas de apertura económica iniciadas desde la década del noventa por mi par César Gaviria. Y lo anterior siempre, escúcheme muy bien mi amigo, siempre basado sin ninguna duda en mi código de conducta que se condensa en los diez puntos que usted muy bien supo explicar allá en 1989 y que hoy es tan conocido mundialmente como el muy sabio Consenso de Washington”.
-3.1-
Al amanecer, como a las 4 a.m., y aletargado ante tan larga y angustiante noche, Uribe se levantó, subió otras escaleras e ingresó al baño de su habitación para tomarse sus cotidianas gotas de esencias florales, y, tras contenidos suspiros, se dispuso a dormir otra horita, “otra horita más”, se dijo, como persona obsesionada por ahorrar tiempo. Cerca de las 5 a.m. sonó el despertador y, con premura, se despertó, pues temía, muy de acuerdo con su muy rica cultura laboral antioqueña, que el día no le alcanzase para todo lo que tenía programado hacer. Se bañó dispuesto, entre otras muchas cosas, a esperar a su hijo que, unos meses atrás, se había ido al extranjero a perfeccionarse como inevitable gran empresario de cuna, pues con esa vocación había nacido y, durante su gobierno, algunos funcionarios públicos habían tomado decisiones, que le habían facilitado el más rápido y merecido enriquecimiento. Así había sucedido, por ejemplo, cuando un alcalde decretó como próxima zona franca industrial un sitio donde los hijos de Uribe habían “casualmente” comprado unos todavía desvalorizados terrenos.
-3.2-
El muchachito llegó una hora después, mental y físicamente predispuesto a ser ese nuevo empresario, que conseguiría mucha plata con la única obligación social de generar algo de empleo. Eso era lo que ya le había aprendido a su papá. Fue así como a las 7 a.m., se sentaron todos a desayunar y Uribe le comentó a su hijo, recién llegado, las ganas que tenía de hablar con él para comentarle algunas cosas adelantándole, entre otras, que tenía que estar preparado para una permanente y gran pelea. Se trataba de una lucha doctrinaria y práctica, que se ajustaba a las lógicas y reglas de una pelea de boxeo. Un poco más tarde, camino al primer trajín de la mañana, el ex presidente inició la inducción a esa gran pelea adelantándole a su retoño:
“Hijo, usted que tanto ama este deporte, imagínese por un momento un ring de boxeo en el que se va a llevar a cabo una pelea decisiva para definir el futuro del país: La pelea entre el Estado y el mercado. En ese escenario están los dos jugadores, cada uno con su equipo de apoyo respectivo, el árbitro, el conjunto de jueces, los espectadores y unas reglas de juego válidas para ambos. Eso en lo visible y obligatorio para todo el mundo en el llamado Estado de derecho. Pero, ya en lo invisible y práctico, nosotros los que tenemos el poder; nosotros los que contamos con un estado de opinión nacional cercano a un ochenta por ciento de simpatías sociales, nosotros que somos mediáticos y tenemos los grandes medios de difusión a nuestra disposición, podemos prescindir de algunas reglas e instituciones. Estas, en general, jugarán para el otro contendor, pero no para usted, cuya única regla de juego será su sabio criterio de empresario privado que le dirá a toda hora, que no hay otra regla de juego que la del mercado. Ya ve hijo mío, todo lo que confío en usted y en la gran sabiduría práctica que, desde chiquito, le he infundido. Ahora bien, básicamente el ejercicio consiste en que trate de visualizar en una esquina a ese jugador vigoroso y fornido que tanto le gusta a usted, ¿cómo es que se llama? Ah, sí, Mohamed Alí, creo que es…”
“…la insignia del boxeo mundial por ser el más fuerte pero también el más limpio de todos los boxeadores”, le adelantó la frase el hijo al papá.
“Si, retomó el discurso el ex presidente, el más fuerte y productivo y limpio como lo debe de ser, perdóneme hijo la comparación, el mercado en nuestra sociedad. Claro que Mohamed también tenía sus reglas ocultas y sabias, que, invisibles para el grueso de los espectadores del común, se tornaban tremendas, irresistibles, incontenibles e infinitamente eficaces cuando él las aplicaba. Esas reglas ocultas pero sabias y legítimas, sólo las conocían las personas muy técnicas en el boxeo. Es algo similar a lo que acontece con el mercado, que tiene una mano invisible cuyas reglas de acción sólo son conocidas por los economistas cuando son técnicos, objetivos y anti-populistas. Eso sí, Mohamed nada tenía que ver con ese otro incivilizado, bárbaro, primitivo, malvado e infame boxeador, que si mal no recuerdo recurrió a morderle una oreja a su oponente. Mike Tyson, creo que se llamaba. De nuevo, perdóneme hijo la comparación, este boxeador se parece al Estado, que, con tal de halagar a la gente, se inventa las reglas sobre la marcha, son reglas visibles, pero ilegítimas e ilegales, además de insanas e inapropiadas y muchas veces estúpidas…”
“…eso, papá, lo interrumpió el hijo, en la práctica ya lo sabía desde niñito, pero ahora, con su exposición, se me hace enteramente comprensible y explicable. Entonces, en esta simulación teatral de una pelea de boxeo, yo seré el “bueno” por representar al mercado mientras que mi oponente será el “malo” por representar al Estado. Mis reglas serán invisibles pero, por ser sabias, la gente finalmente las aceptará; en cambio, las reglas de mi oponente, por muy visibles que sean, finalmente nadie las aceptará por sucias, torpes y demagógicas”.
“Hijo, de tal palo, tal astilla”, le dijo Uribe colocando la palma de la mano sobre la ya empresarial cabeza del hijo.
“…de todas maneras, papá, el Estado también deberá cumplir algún papel importante”, agregó el hijo con no disimulada timidez. “Claro, hijo, como adelantó Hobbes brindarnos seguridad a todos aunque, para ello, el pueblo tenga que renunciar a mucho de su libertad personal, y sobre todo, brindarle una enorme seguridad al mercado de que el Estado no va a entrabar su libre funcionamiento…”
4.
Congelaré por un momento esta metáfora de simulación de adoctrinamiento del padre al hijo, para destacar que este diálogo, de modo directo o indirecto, según se lo quiera ver, estaba inspirado en la investigación realizada por Adam Smith en 1776 en un texto clásico conocido como “La Riqueza de las Naciones”. Entonces, la división internacional del trabajo, fue abordada por este economista inglés a partir del estudio del trabajo, del mercado y de la moneda buscando responder a dos asuntos centrales: por una parte, cómo apareció y funcionó, en Inglaterra sobre todo, el por él llamado sistema de libertad natural y por la otra, cómo podía subsistir, funcionar y reproducirse por el otro, para él, fundamental principio, el del interés personal.
En este orden de ideas, aún cuando el texto de Smith puede ser considerado el primer texto moderno de economía, es importante mencionar que con los años sus seguidores hicieron a un lado el componente científico y empírico de su trabajo centrándose, más bien, en los supuestos o presupuestos de su análisis dando lugar a una ideología política inspiradora de la acción del Estado, que en el siglo XIX fue conocida como liberalismo económico y, en la actualidad, como neoliberalismo. En lo básico, dicha ideología liberal y neoliberal postula que es el mercado, es decir el interés personal y el juego de la oferta y de la demanda, y no el Estado con su capacidad coercitiva reguladora, el más importante moderador no sólo de la actividad económica de una sociedad sino también de la vida social en general.
De acuerdo con Smith, entonces, el ámbito en que operaba el mercado se correspondía con un orden natural muy coherente con la naturaleza del ser humano, que no realizaba acción alguna en la que no mediase un interés personal. A dicho orden natural subyacía una mano, invisible pero muy poderosa, sabia y eficaz, la que, si se daba una condición básica, armonizaba los intereses personales con el interés general de la sociedad. Esa condición básica estaba asociada a la idea de que nada perturbase los movimientos sabios y eficaces, de esa mano invisible, para lo cual era necesario que se hiciese efectivo un triple tipo de libertades: Libre empresa, libre competencia y libre comercio, es decir, mercado libre.
Bajo este panorama, el evento más perturbador era el de la intervención del Estado con sus pretensiones de regular el mercado y, peor, aún, de sustituirlo. En su concepto, el Estado debía limitarse a las defensa de la propiedad privada y de la soberanía externa, a la administración de la justicia y a realizar algunas obras que, por su escasa rentabilidad, nadie estaría dispuesto a emprender. Más adelantes, algunos de sus seguidores más radicales, pues, no se podrá olvidar que el propio Smith esbozó algunas de las limitaciones de su modelo, señalaron que la función central del Estado era la de garantizar el libre funcionamiento de un mercado libre.
He dicho que el libro de Smith puede ser considerado como el primer texto moderno de economía. Esto no obstante, para los neoliberales esa obra escrita en 1776 no es obsoleta, pero sí lo es “El Capital” de Marx, que apareció casi cien años después.
-4.1-
El anterior es el telón ideológico de fondo, que habría que tener en cuenta en el momento de la pelea de boxeo a cuya simulación Uribe ha invitado a su hijo: En una esquina, un contendor teatralizando el papel de Mohamed Alí -el boxeador “bueno” por representar al mercado- y que maneja un puño boxeril invisible, pero naturalmente poderoso, además de altamente sabio, eficaz y hasta moralizador y en la otra esquina, un contendor teatralizando el papel de Mike Tyson -el boxeador “malo” por representar al Estado- y que maneja un puño boxeril visible, pero antinaturalmente poderoso, además de truculento, ineficaz y hasta inmoral.
-4.2-
Esa noche, Uribe y su hijo decidieron que al otro día, desde las 6 a.m., dedicarían gran parte del tiempo a simular tan singular encuentro de boxeo. Esto lo harían sobre la base de las lógicas de diez políticas de gobierno, que los economistas que se inspiraban en Smith, todos ellos muy técnicos, objetivos y competentes, habían levantado como inexorablemente válidas para la sociedad colombiana y latinoamericana de la primera década del siglo XX. Por fuera de ellas, no habría salvación para ningún país del mundo. Habían sido levantadas con la asesoría del BID y del FMI recibiendo el nombre de Consenso de Washington. Se trataba de diez golpes neoliberales muy certeros que el heredero del ex presidente debía lanzar a su contendor. Ya verían como respondería el siempre “sucio y demagógico Mike Tyson”.
-4.3-
Al amanecer del día siguiente, saboreando cada uno de ellos un exquisito y suave café colombiano, Uribe ya le estaba diciendo a su hijo que se imaginara que los jueces de la pelea eran personas que pensaban como ellos:
“Por ejemplo, le ilustró, imagínese hijo que van a ser Gaviria y Pastrana, a los cuales me agrego yo, el conjunto de jueces de esa pelea”.
“¿Cómo que usted, papá?”, le dijo el hijo, entre perplejo y dubitativo, pues su lógica de abogado le decía que, por lo menos, había que mantener las formas que decían que nadie podía ser juez de su propia causa.
“Pero, no se preocupe, por ahora, mijito, que estas sólo son suposiciones, pues lo importante es que nosotros y muchos más estamos convencidos que para poder superar las condiciones del subdesarrollo, necesitamos profundizar en las recomendaciones que Washington nos ha heredado, que en muchas partes del mundo ya han sido suficientemente probadas para lograr el desarrollo nacional. Se trata de una serie de medidas y políticas propias de una economía de mercado, estando todas ellas inspiradas en la idea de menos Estado y más mercado”.
En un ir y venir de preguntas y respuestas, a lo largo de la mañana fueron surgiendo las primeras dudas importantes del hijo, quien empezó a cuestionarse que cómo era que podían aplicar de buenas a primeras esas medidas propias de una economía de mercado tomando en cuenta que venían de un Estado que tenía una larga historia de intervención y de proteccionismo. Le confesó, así, a Uribe que durante sus estudios en el extranjero algo sobre el asunto había discutido algunas veces con sus compañeros.
Uribe, como contraargumento a sus explicaciones, reiterativamente le insistió que no se preocupara por eso, que ya lo tenían todo previsto, que el desmonte del Estado sería gradual como lo sería también la aplicación del nuevo modelo y que él esperaba que por ahí en el 2020, en su última presidencia, el Estado por el soñado estaría plenamente vigente. Fue así, como pasaron el día entero hablando de cosas relativas a las economías de mercado.
Siendo cerca de las 11 p.m. y al calor de unos medidos aguardienticos, Uribe continuó su intervención, explicándole a su hijo que la única forma para acabar con ese Estado metido e igualado y además eterno irrespetuoso de la sabiduría del mercado, era a partir de esta estrategia de acción:
“Primero, la disciplina fiscal. No se podía seguir permitiendo que en el país se gastase más de lo que se recaudaba. Se requería de un presupuesto balanceado y de una reducción del déficit fiscal que tantos desacoples macroeconómicos generaba. Que a la gente no se le podía ofrecer nada que no estuviese pre-financiado, pues el mercado aconsejaba la sostenibilidad fiscal. Segundo, muy ligada a la anterior, la prioridad en el gasto público. Éste indudablemente debía ser reducido para cubrir el alto déficit fiscal que había, aún cuando resultase poco favorable para los sectores más vulnerables de la sociedad”.
Planteados estos dos primeros puntos, al joven empresario se le iluminó la mirada y lanzando el puño hacia adelante con furor señaló que una política social desbordada, como la que pregonaban los estatistas representados por Tyson, desencadenaría la inflación, perjudicando precisamente a los sectores de menores ingresos por la elevación de los precios de los productos de la canasta familiar. A raíz de este planteamiento, el cada vez más aventajado hijo señaló que esos estatistas eran unos demagogos irresponsables; que no era que los empresarios no tuviesen una elevada misión social, pues con tenacidad todos los días la concretaban creando fuentes de empleo; que no había que ocultar que, con frecuencia, lo que la pobreza ocultaba era una buena dosis de pereza congénita y que además…
“Un momento, mijito, que nos está cogiendo la noche”, lo paró el ex presidente, a quien se le hacían agua los ojos al escuchar palabras tan sabias en boca de su hijo.
“Vayamos a un tercer punto central, la reforma impositiva. Se trata de una reforma racionalmente pensada. De un lado, se requiere financiar el quehacer normal del Estado- inversiones en lo militar y en lo infraestructural, sobre todo, pero, reduciendo, al mismo tiempo, el déficit fiscal que nos agobia como resultado del estatismo demagógico e irresponsable- , para lo cual se hace necesario elevar el IVA como impuesto democrático al consumo de todos; pero, en lo relativo al impuesto a la renta se debe actuar con mucha prudencia, pues tributos muy elevados pueden obstaculizar la generación de empleo, que es la gran obligación social de los empresarios, y, sobre todo, desestimular la inversión extranjera. En esta materia, no le debemos temer a las exenciones ni a la reducción de la tasa impositiva a la renta. Escúcheme bien, hijo mío, si no creamos un sistema de seguridad jurídica de la propiedad, si no protegemos y mimamos el capital extranjero, si no lo liberamos del pago de impuestos en todas las zonas francas que hay que crear en el país, nunca vamos a salir del atraso económico”.
Mientras el padre hablaba, al hijo se le esfumaban las dudas de un principio, pensando que tendría las puertas abiertas en su proceso de formación como acaudalado empresario. Esto no obstante, algunos disminuidos escrúpulos todavía le inquietaban, y, por eso, dijo:
“¿Qué pasará con el capital nacional? por ejemplo, con nuestros históricos empresarios industriales que, no obstante la ayuda permanente que el Estado les otorgó, tesoneramente se echaron sobre sus hombros una primera etapa del desarrollo industrial del país”.
Con sonrisas de por medio, Uribe tranquilamente le respondió que los tiempos habían cambiado; que ellos ya comprenderían la necesidad de revolcar el modelo intervencionista, que se había instaurado en el país desde los tiempos de inicio de la llamada sustitución de importaciones por allá en la década de 1930; que poco a poco empezarían a pensar en un cambio estratégico de roles entrando a apoyar el nuevo modelo de “desarrollo hacia afuera” sin que importase mucho que el país empezara a des-industrializarse, a frenar la industrialización, pues cuando empezasen a asimilar la pedagogía de la competencia, eso de ser competitivos internacionalmente, se darían cuenta que las nuevas ventajas gananciales eran catedralicias en comparación con las que les había reportado el anterior modelo de “desarrollo hacia adentro”; y que, buena parte de los otros siete puntos del Consenso de Washington -la liberalización de las finanzas, la liberalización del comercio exterior, el establecimiento de una tasa de cambio competitiva, la privatización, la desregulación, la liberalización de las inversiones extranjeras y el respeto a la propiedad privada- constituían principios centrales del revolcón económico, político e institucional, que se produciría en el país con la instauración de un nuevo modelo estratégico de desarrollo focalizado alrededor del “desarrollo hacia afuera”, así como de los complejos problemas de las importaciones y las exportaciones.
Entonces, ¿qué exportar? Aquello que nos señalase el nuevo esquema de la división internacional del trabajo, aquello en que fuésemos o nos hiciésemos competitivos y que los grandes Estados, como centros internacionales de poder, no pudiesen producir. Vale decir, en lo básico, palma africana a gran escala comercial, café de primera calidad y muchas folklóricas artesanías menores. Y ¿qué importar? Todas las mercancías y servicios en cuya producción no fuésemos competitivos.
No obstante que, a esas altas horas de la noche, al joven empresario ya le apretaban las pestañas, no podía dejar de angustiarse al comprender el revolcón que su padre quería producir en el país. Estaba, entonces, muy bien, reflexionó en su intimidad, que como ex presidente y como futuro presidente por muchos años, su familia estuviese viviendo en una especie de resort estatal, militarmente ultra protegido, pues, de no ser así, se colocaba en condiciones para que uno de los millares de Tyson que había en el país, lo desorejase de un mordisco. Fue, entonces, cuando sacudiéndose del sueño, le dijo Uribe que se fuesen a dormir, que al otro continuarían la simulada sesión.
-4.3-
A media mañana del día siguiente, paseándose hablaba Uribe de aquel cuarto punto, la liberalización de las exportaciones. Dijo que era importante que se eliminasen todo tipo de restricciones que entorpecían el intercambio comercial entre los países; que ya se vería lo beneficioso que iba a resultar para Colombia el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos; que no entendía lo brutos que pudieron haber sido en el pasado, con ese modelo de industrialización por sustitución de importaciones; que las políticas proteccionistas a favor de la industria nacional y en contra de la competencia extranjera solo generaban graves costos para el país, al penalizar el esfuerzo exportador y al empobrecer la economía local; pero que, más adelante, reflexionarían mejor sobre todo eso, que no se preocupase.
En esas andaban cuando, de forma interrumpida, sonó el timbre de la casa dirigiéndose Uribe a tomar un vaso de agua mientras su hijo atendía la puerta. Pero, para su sorpresa, el ex presidente a lo lejos observó una imagen que siempre había detestado. Se trataba de Pedro, el izquierdoso amigo de su hijo desde los días del colegio y por quien éste guardaba enorme aprecio.
“Qué maravilla Pedro, bienvenido de vuelta a su país. Pensé que aún le quedaban varios años en París estudiando Ciencias Políticas”, así fue como el expresidente Uribe recibió al advenedizo.
Pedro, todavía resentido por todos los intentos que Uribe había hecho en el pasado para cortarle la amistad con su hijo, le respondió de forma casi cómica:
“No señor. Quise adelantar mi viaje para intentar aplicar todos mis conocimientos a favor de este país que tanto amo. Claro está, si es que logro conseguir algún empleo en el sector público sin que me juzguen por mi ideología política de izquierda y sobre todo sin tener ninguna clase de palanca a mi favor”.
El hijo, bastante incomodo ante la situación que se presentaba entre su padre y su amigo, no tuvo más remedio que servir unas copas de vino y hacer un brindis por ese feliz encuentro. Intentando introducir a Pedro en la conversación, empezó a contarle sobre lo que venían dialogando su padre y él desde hacía varias horas, mientras que Uribe empezaba a sentir en su interior lo interesantemente estúpido que se podría volver la charla con la participación de aquel zurdito. Con cara de una aparente emoción por el tema que se venía trabajando, Pedro intervino diciendo:
“Precisamente ahora que vengo trabajando tanto sobre los escritos de Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, es que puedo decirle lo tan profundamente en desacuerdo que estoy con usted, señor Uribe. Por décadas la sociedad latinoamericana ha venido escuchando todas estas patrañas, con las que se pretende reducir un proceso social tal como el desarrollo de un país a la simple toma de decisiones económicas impuestas por las sociedades desarrolladas. Entienda muy bien que el desarrollo es, en sí mismo, un proceso social y aún sus aspectos puramente económicos transparentan la trama de relaciones sociales subyacentes. No me venga a decir por favor entonces que el Consenso de Washington vino a hacer frente al problema del subdesarrollo porque lo que siempre se ha demostrado es su intención de continuar acentuando la ya definida estructura de relaciones de dominación en el mundo”.
Preocupado al ver la reacción de su amigo, exclamó: “Pedro, pero cálmate”, a lo que Pedro respondió:
“Amigo de mi vida, no me puedo calmar. No puedo entender como puede ser alguien tan ciego para no comprender que la situación de subdesarrollo, y a su vez la condición de dependencia que tanto ha caracterizado a la región, nació precisamente de esa relación entre sociedades periféricas y sociedades centrales, desconociéndose en todo sentido las ventajas y oportunidades comparativas que como país siempre hemos tenido. Y es que, escúchenme muy bien, esa posición diferenciada dentro de una misma estructura económica internacional de producción y distribución, se dio cuando la situación de subdesarrollo se produjo históricamente con la expansión del capitalismo comercial y luego del capitalismo industrial, vinculando a un mismo mercado economías que, además de presentar grados diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista. Entonces, díganme si alguno sabe la fórmula perfecta porque yo no la sé, para comprender la forma en la que supuestamente los Estados Unidos, las instituciones financieras internacionales y otros países desarrollados quieren ayudarnos en la implementación de políticas que nos conduzcan al desarrollo a partir de esa inexistente para ellos pero claramente definida estructura de relación de dominación”.
Después de un largo silencio, Pedro se paró rápidamente de la silla, se dirigió a su amigo a quien abrazó fuertemente para despedirse y sin decir más, se marchó. Casi de inmediato, intervino Uribe diciendo:
“Vio hijo, cuantas veces durante toda su vida le he dicho la mala compañía que es ese muchachito para usted. Sólo viene a imponer sus pensamientos izquierdosos sin fundamento alguno”.
El hijo, sin muchas ganas de continuar con el ejercicio, le pidió a su padre que prosiguieran en las horas de la tarde…
-4.4-
Siendo casi las 2 p.m. Uribe dio marcha nuevamente a su amplia presentación:
“Como venía diciéndole son diez certeros y precisos golpes los que debe realizar Mohamed para noquear a Tyson. El quinto, la liberalización de las finanzas, debe darse a partir de una retraída del Estado en su regulación para fomentar el desarrollo del sistema financiero internacional. Dichas instituciones financieras internacionales, seguramente siempre van a actuar en pro de nuestro desarrollo como bien les han indicado nuestros amigos en Washington, así que no hay de qué preocuparse. El sexto es la tasa de cambio competitiva. El país debe inclinarse por tipos de cambio que estén determinados por las fuerzas del mercado debiendo ser éste lo suficientemente competitivo para promover el crecimiento de nuestras exportaciones. El séptimo, de gran importancia, es la privatización. Indudablemente hijo, el sector privado es más eficiente que el sector estatal en la producción de bienes y servicios. No hay duda alguna que así sea, se requiere acentuar la competencia y no la regulación si lo que queremos es progreso para la sociedad. Esto último nos lleva al octavo, la desregulación. Latinoamérica en general, erróneamente ha estado acostumbrada a economías altamente reguladas, imposibilitando el funcionamiento natural del mercado que se ha visto fuertemente tropezado por la intervención continua del Estado. El noveno es la liberalización de las inversiones extranjeras, la cual si bien no es la prioridad central en la que se debe enfatizar ahora, permitiría aportar un capital significativo para el desarrollo, la capacitación y el know – how. Y el décimo es el respeto a la propiedad privada, pues sin un marco de derechos que la solidifique el desarrollo del sistema capitalista va a quedar en cuestionamiento”.
-4.5-
Atado a una personalidad sumisa y dócil a lo dictado siempre por su padre, y a sabiendas que había regresado para cumplir el papel de gran empresario en un país en el que más de la mitad de la población estaba bajo la condición de pobreza, el hijo, con algunos de los planteamientos de su amigo resonándole en la cabeza, afirmó con una voz bastante temblorosa:
“Padre, aún cuando sé que no tendría por qué dudar de este modelo de mercado, tan arraigado en la tradición político ideológica de la familia, sigo sin entender por qué el mercado se consolida como el máximo ordenador de la vida social por encima del Estado. Además, no sé hasta qué punto es tan incorrecto lo planteado por Pedro. Algo de razón podría tener al decir que son muchos los intereses ocultos que tienen países como Estados Unidos al querer imponernos sus medidas siendo nuestras condiciones tan antagónicas a las de ellos”.
Con el ceño fruncido, Uribe exclamó muy impaciente:
“Basta hijo, qué cosas sin sentido está diciendo. El ejemplo más claro que puedo darle es el de la industrialización por sustitución de importaciones, modelo en el cual el Estado mostró un papel protagónico a partir de su clara intervención en la economía, produciendo consecuencias catastróficas para el desarrollo del país”.
Recordando la agresiva reacción verbal que tuvo su padre ante la intervención de Pedro, el hijo humildemente dijo:
“No se altere papá, lo único que quiero es entender”.
Así pues, haciendo un esfuerzo por controlar la respiración y agarrándose la cabeza de forma desesperada con las manos, Uribe intentó explicarle que dicho modelo que tantos problemas había generado para el país, como el desequilibrio de la balanza de pagos, por ejemplo, había sido propuesto a finales de los 30 siendo reiterado a partir de los 50 por el grupo de economistas latinoamericanos pertenecientes a la CEPAL, en especial con el liderazgo de Raúl Prebisch, convirtiéndose en el emblema de dicha organización. Y un poco más tranquilo, explicó:
“Hijo, durante este periodo se remarcó la necesidad de que el Estado contribuyera al ordenamiento del desarrollo económico del país en las condiciones de la periferia latinoamericana que supuestamente nos caracterizaba, señalando estúpidamente al sector exportador como el principal obstáculo que existía a dicho desarrollo. La solución para ellos fue la implementación de un modelo de sustitución de importaciones que implicaba jalonar un proceso de desarrollo industrial hacia adentro con presencia activa del aparato estatal en la economía a través de su regulación”.
Con una pequeña interrupción, el hijo le pidió tímidamente que por favor profundizara un poco más en lo que se buscaba a partir del modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Uribe con pocas ganas ya de continuar perdiendo su tiempo trayendo a colación la historia de un período, según él, tan estúpidamente manejado, se limitó a señalar:
“No hay mucho que entender en algo tan irracional como esto. Hijo, según ellos a través del mercado interno se lograría romper la brecha entre el centro y la periferia, pues partían siempre del supuesto que si se dejaba que las fuerzas del mercado funcionaran libremente, nosotros, los supuestos países de la periferia, nos encaminaríamos hacia un estancamiento progresivo. Afirmaban además que el crecimiento desigual entre unos y otros, era consecuencia del modelo económico clásico basado en la división internacional del trabajo, en el cual el centro se especializaba en bienes intensivos en capital y la periferia en bienes intensivos en mano de obra. En este sentido, su líder Prebisch siempre remarcó que la capitalización para los países de la región sólo se daría en la medida en que se protegiera al sector industrial por lo menos durante las primeras etapas del desarrollo. Evidentemente, desde su inentendible lógica, esta protección sólo se lograría por medio de una fuerte regulación estatal”.
Con el fin de ilustrar lo expuesto, Uribe dio continuidad a lo entredicho aplicándolo más específicamente al caso en Colombia. De forma resumida, para no dar más cabida a indagaciones por parte de su hijo sobre la industrialización por sustitución de importaciones, señaló:
“En el país esto estuvo acompañado de una política definida de control a las importaciones, con un propósito industrialista como lo remarcaba el modelo, y de la aplicación de una serie de políticas de carácter sectorial que permitieron por algunos años un acelerado y dinámico crecimiento del sector manufacturero. Claro está hijo, sólo por algunos años, porque evidentemente éste era completamente insostenible en el tiempo dado los pilares que lo fundamentaban. Básicamente para fines de la década del 50, el país ya había consolidado las industrias pertenecientes a la llamada sustitución temprana (alimentos, bebidas, tabaco, vestuario, calzado, muebles, imprentas y cueros) y comenzaba a fortalecer las industrias de sustitución intermedia (textiles, caucho y minerales no metálicos) y sólo hasta la década del 60 y principios de los 70, la diversificación industrial se orientó hacia los bienes de sustitución tardía (papel, productos químicos, derivados del petróleo y del cabrón, metales básicos e industria metal mecánica). Le repito hijo, dicha insostenibilidad no pudo resistir los shocks petroleros y las crisis de los años 70 y principios de los 80, teniéndose que instaurar años más tarde el verdadero y único modelo salvador del desarrollo: El neoliberalismo apoyado exclusivamente en el mercado como ordenador de la vida económica y social”.
Finalmente, sin darle tiempo para ninguna clase de intervención que alterara el rumbo de sus planteamientos, Uribe terminó cortantemente el diálogo con su hijo diciéndole:
“Esto, es decir todo lo que tenga que ver con la participación activa del Estado en la economía, debe ser visto como un error en la historia. La ideología y la ciencia del mercado, indiscutiblemente perdurarán en el tiempo. Como se lo mencioné hace ya algunas horas con Mike Tyson, ese jugador malvado e infame que representa claramente el papel ineficiente e ineficaz del Estado en la vida socioeconómica del país. Seguramente como Tyson, el Estado como jugador realiza todas las acciones que no están permitidas en su campo: Golpea la nuca o detrás de la cabeza, patea a su oponente, da la espalda a su contrincante, tropieza a su rival, golpea bajo el nivel del cinturón, da cabezazos intencionales o hace uso de otros objetos que no son los guantes reglamentarios de lucha. Tal cual sucede con la molesta intervención del Estado, en donde hoy en día sólo puede encontrarse como siempre lo he remarcado, incompetencia, despilfarro y corrupción. Nada más”.
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En la práctica, Uribe y su hijo ya habían terminado el ejercicio de simulación que se habían propuesto. Fue entonces, cuando el hijo prendió la radio y, como curiosa coincidencia, sintonizó un debate sobre la situación de la salud en Colombia. Uno de los ponentes decía que, después de dieciocho años de aplicación de la Ley 100, que privatizó la salud en el país, el primer semestre de este año revelaba un cuadro clínico sanitario en su fase superior de crisis: La red de hospitales públicos se encontraba en estado de coma, pues las desde esa época llamadas “limpias, honradas, sabias y eficientes administradoras privadas de la salud, hasta ahora EPS”, les adeudaban más de tres mil millones de dólares.
Recalcó entonces el invitado central del debate, que fue así como estas EPS lograron, lo que desde un principio buscaron los adoctrinadores e inspiradores de esa Ley, la más típicamente neoliberal en la historia de las políticas públicas colombianas y de la que Álvaro Uribe Vélez había el senador ponente: Llevar a la quiebra, de modo progresivo, a los hospitales públicos del país poniendo a competir durante estas casi dos décadas a las instituciones públicas de la salud, que tenían como objetivo específico la efectividad social en materia sanitaria, con instituciones de mercado, que tenían como objetivo específico la eficacia ganancial.
Ahora, con una red hospitalaria pública al borde de la quiebra, habían empezado los más ardientes adyacentes a dicha Ley, inspirada en la Constitución de 1991 como posibilitadora y acentuadora, entre otros modelos ideológicos, del neoliberalismo, a señalar que estas instituciones públicas no eran financieramente viables haciéndose urgente, por lo tanto, culminar la etapa final de su privatización definitiva. El ponente del debate terminó entonces su intervención planteando que había sido sobre la base de unos sucesivos presidentes fieles a los principios del Consenso de Washington, de unas mayorías neoliberales del Congreso y de un bajón en el fervor de las ciudadanías como movimiento social, como el modelo privatizador de la salud se había venido asentando, golpeando y erosionando, a diestra y siniestra, el servicio público de la salud en el país.
En este orden, el invitado del debate hizo su cierre diciendo que si bien era cierto que bajo los dos regímenes clasistas creados por esa Ley, el de los ricos y acomodados (régimen contributivo) y el de los pobres (régimen subsidiado), el país había alcanzado un noventa y seis por ciento de aseguramiento en salud, la brecha se había venido haciendo cada vez más honda entre el aseguramiento formal y la prestación efectiva del servicio de salud hasta llegar a la situación actual en la que los hospitales públicos casi quebrados, no podían seguir atendiendo una demanda cada vez más impaga por unas EPS que, en la práctica, habían evidenciado que lo que les interesaba no eran los enfermos reales sino el dinero de los enfermos.
La conclusión del debate lo presentó, de manera adecuada, la profesora universitaria y analista política Cristina de la Torre quien concluyó diciendo que, en la historia reciente del país, de cara a un Estado aún como simple regulador de la libertad del mercado, esa había sido la gran sabiduría y eficacia del mercado de la salud: Dedicarse a enriquecerse a costillas de la salud del pueblo, es decir, de los pobres, de los subalternos, de los subordinados, quienes, entre la pobreza y la indigencia, no podían comprar en el mercado esa mercancía llamada salud.
Abrumado y consternado ante lo que sus oídos escuchaban, el hijo apagó inmediatamente la radio y se dispuso a dormir mientras su padre enviaba un twitter protestando por los abusos y las mentiras de los izquierdistas en ese debate.
BIBLIOGRAFÍA
Obligatoria:
· Williamson, John (1996), “The Washington Consensus Revisited”, IIE, Washington.
· Cardoso, F. H. y Faletto, E. (1999 [1969]), “Dependencia y desarrollo en América Latina”, Buenos Aires, Siglo XXI.
· Dos Santos, Theotonio (2002), “Desarrollo y dependencia en el pensamiento social latinoamericano”, en La teoría de la dependencia: Balance y perspectivas”, Buenos Aires, Plaza y Janés.
· Prebisch, R. (1949), “El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, en CEPAL (1998), Cincuenta años de pensamiento en la CEPAL. Textos seleccionados. Volumen I, CEPAL – Fondo de Cultura Económica, Santiago, Chile.
Opcional:
· Santana, Pedro. “La crisis de la salud y la Corte Constitucional”. Movimiento América Latina en Movimiento. Ver: http://alainet.org/active/47933&lang=es
· De la Torre, Cristina. “Salud: Volver a barajar”. Columna de opinión en el periódico El Espectador. Ver: http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-283668-salud-volver-barajar
· Garay S., Luis Jorge. “Modelos económicos de la industrialización colombiana” en Composición y estructura económica colombiana. Banco de la República de Colombia. Ver: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/economia/industrilatina/203.htm
· Garay S., Luis Jorge. “De la sustitución de importaciones a la apertura 1967 – 1996” en Composición y estructura económica colombiana. Banco de la República de Colombia. Ver: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/economia/industrilatina/003.htm
· Presentación Power Point sobre “La Riqueza de las Naciones de Adam Smith”. Ver: http://www.slideshare.net/rafael311048/la-riqueza-de-las-naciones-adam-smith-mayo-2011-7879250
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